Cuando encontré los higos
abiertos en el suelo,
vi el cuerpo de mi abuela
descuartizado.
El color carmesí
teñía ambas entrañas,
que me miraban rotas
y agonizantes.
La cesta era de esparto
con el que trabajaba
en la época del hambre,
y lo vendía.
Tan solo eso heredé;
ya nada tengo de ella
ni de los tiernos higos
salvo el olor.